Se congeló, como las manos de mi señor
Se congelan, entrando entero y completo
En el salón de estar.
Yo no me moví, no me acerqué y sus ojos
Vacilaron en enfocar mi persona.
Estaba callado y triste, estático y respirando,
como sepulcro, bajo la chispa de luminosidad
Que provenía de la ventana.
Verde, se me grababa en la memoria, sus
Ojos verdes encontrando mi vestido de encajes,
Es mi señor y yo su sierva, estaba en la punta
De mi lengua la palabra con la que me
Enamoró y no la dijo, no volvió a decirla,
Sabia que yo la recordaba como si fuese mi aire
A respirar.
No se movió y al verme empezó a llorar, estaba
En su mundo y yo en el intermedio del cielo
Y la tierra, es mi señor y yo su sierva,
Mis brazos sangran y desfallecidos sus ojos
Me observan, no dice nada, mis rodillas flaquean
Hasta caer al piso y con su mano me levanta,
No, no lo acepté.
-Retirese, mi señor, no le quiero.
Son esas mis palabras, mis malditas palabras,
Hechas filo de espada que penetran el hondo
De su alma, no dice nada, regresa a su asiento
y con la mirada cansada suspira, mi señor
Suspira, pero no se va.
Y la tarde despedaza la piel de mi cuerpo,
Las hormigas del café frío de hace un mes
succionan la sangre de mis venas,
El canto del leviatán se infiltra y sacude mi
Memoria, la memoria del salón de estar y
También la mía.
Estaba en la punta de mi lengua la palabra
Con la que me enamoró y volvió a decirla
- Con amor eterno te he amado-
Mi señor suspira, pero no se va.
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